Educada juntos con sus hermanos por Pedro Mártir de Anglería en un ambiente renacentista, María se inició en gramática latina y en otras disciplinas: matemáticas, letras e historia que más tarde le valdrían el reconocimiento y la admiración de alguno de sus coetáneos, y el odio por parte de la nobleza a la que traicionó repetidas veces en sus acciones bélicas al frente de los comuneros.
Juan Padilla fue nombrado por Carlos V “Capitán de Guerra” y el matrimonio fijó su residencia en Toledo. Corría el año 1518 y el descontento por el gobierno del joven Carlos, hijo de Juana la loca, desembocó en el levantamiento de las Comunidades en Toledo, en el que Juan Padilla, apoyado e instigado por su mujer, fue nombrado capitán general de las tropas comuneras. Estos actos de indisciplina y de desobediencia a la soberanía fueron seguidos por Segovia, Valladolid, Burgos, Ávila y Guadalajara. Cuando también Madrid, Zamora, Soria y Salamanca se unieron, las dimensiones de esta rebelión empezaron a ser preocupantes para una monarquía incapaz de satisfacer las demandas de un pueblo que no aceptaba como rey a un extranjero.
El 23 de Abril de1521 los sublevados son derrotados por los realistas en Villalar. Padilla fue hecho prisionero y decapitado al día siguiente. Con él fueron ajusticiados otros partidarios de la causa comunera como Juan Bravo, Pedro y Francisco Maldonado.
Sabemos que María no se casó enamorada pero el curso de la historia nos demuestra que cuando quedó viuda, ya amaba a su marido porque luchó por su causa, que era la de los comuneros, como si le fuera la vida en ello.
“Soy no más que una débil mujer e infeliz mujer pero estimulada por el dolor, tomaré a mi cargo la guerra, pues nada deseo con más ansias que imitar el valor de mi esposo; y, según se presente la fortuna, o vengar su muerte y asegurar la libertad de los pueblos, o morir imitando su ejemplo.”
A partir de la muerte de su marido, María Pacheco liderará la resistencia de las comunidades de Toledo que fue la última en firmar la tregua. El 25 de Octubre de 1521 se firmó una tregua favorable para los sitiados, el armisticio de Sisla, en el que los gobernadores acordaron acceder a todo las demandas de lo toledanos. Pero María era un personaje temido y odiado por la realeza que aprovechó un incidente sin importancia para acusarla de alta traición. María logró escapar con su único hijo, vestidos de campesinos, bajo la tutela de todo Toledo. Empezó una peregrinación que habría de llevarla hasta Portugal donde, con enormes dificultades y sin ningún recurso económico logró quedarse.
Pronto murió su hijo y María, abandonada por todos los que la quisieron, le siguió con tan solo treinta y seis años. Ni siquiera la pudieron enterrar junto a Juan Padilla, como fue su última voluntad, y sus restos permanecieron lejos de todo lo que amó: su marido y su tierra. Sólo sus criados pudieron rendirle un último homenaje, ocupándose del epitafio que habría de adornar su tumba.
EPITAFIO:
María, descendiente de noble y elevada alcurnia, vengadora de su esposo Padilla, y honor de su sexo, yace aquí enterrada. Muerta en proscripción, no pudo ocupar la misma tierra de su esposo, más sus criados Sousa y Ficorbo le construyeron sepultura honrosa hasta que consumido el cuerpo puedan reunirse sus huesos a los de Padilla.
La familia nunca obtuvo el permiso real para que trasladaran sus restos. María Pacheco, indómita y adelantada a su tiempo, conocida como la última de los comuneros, siguió incomodando a sus enemigos hasta después de muerta. Fue tan odiada por la nobleza que, para borrar todo rastro, todo recuerdo en quienes la conocieron y la siguieron, destruyeron y arrasaron su casa hasta los cimientos. Nada queda de ese lugar, que fue símbolo de la resistencia frente a la opresión. Pero la memoria sobrevive y llega hasta nuestros días con rostro de mujer.
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