Un diccionario y cuatro hijos.
En la vida y la obra de María Moliner, que nació en el pueblo de Paniza y murió en Madrid, años después de que se le muriesen el marido, el humor, la razón y la memoria, todo parece claro, recatado, noble y discreto.
Sin embargo, después de su desaparición física y de la aparición de la segunda y distinta edición de su única obra, el "Diccionario de uso del español", se desató una polémica feroz en los periódicos. Sirva como ejemplo este aviso publicado en "El País" el 28 de octubre de 1998:
"En adelante, y hasta nuevo aviso, aquellos que no dispongan ya de él y quieran saber en qué consiste el verdadero "Diccionario de uso del Español", de María Moliner para poder utilizarlo como ella había previsto, tendrán que buscarlo en las librerías de viejo." Firmaba su hijo.
Su diccionario ha sido y es el preferido de grandes escritores como García Márquez, que lo definió como "el más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana".
María Juana Moliner Ruiz nació un tres de Marzo de 1900 en Paniza, donde su padre era médico. María era la mayor de tres hermanos. Y cuando era poco más que una niña sucedió el gran desastre familiar: su padre los abandonó.
Al mudarse a Madrid ella tuvo que hacer frente a la educación de sus hermanos, mientras alternaba sus estudios con algunas clases particulares para ayudar en la modesta economía familiar. Pero la voluntad, tan presente en su vida, el amor a la familia y la resistencia fiera ante las adversidades tuvieron ahí su forja sentimental y biográfica, definitiva y definitoria. Consiguió licenciarse en Filosofía y Letras y sacó las oposiciones al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1922.
En 1925 se casó con Fernando Ramón y Ferrando, un catedrático de física, con el que se trasladará a Valencia y tendrá cuatro hijos.
María trató de abrirse camino y, ya con la guerra civil en marcha, dirigió la Biblioteca de la Universidad y la nombraron Directora de la Junta de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones.
En 1946, su marido consiguió ser readmitido en la Universidad de Murcia, y después en la de Salamanca, mientras ella se establecía en Madrid para comenzar la gran obra de toda su vida: El Diccionario.
Tardaría quince años en terminarlo. Y así comienza la leyenda de María Moliner: ella levantándose a las cinco de la mañana y poniéndose a trabajar a lápiz en las fichas de papel de media cuartilla, a solas, mientras todos duermen, mientras los hablantes callan pero la lengua sigue fluyendo en su pluma, en su lápiz, en su cerebro.
Es el suyo un diccionario de memoria, atento al rumor y a la historia familiar de las palabras, a los troncos semánticos, a las dinastías de significado, legítimas y bastardas, que todas suelen ser de varios pareceres. Es un diccionario que hizo por su cuenta, con una voluntad de hierro y un talento fuera de lo común. Todo muy aragonés: muy a la suya, muy para adentro y muy a su manera.
"La estructura de los artículos está calculada para que el lector adquiera una primera idea del significado del término con los sinónimos, la precise con la definición y la confirme con los ejemplos. Un diccionario de uso quiere decir que es el diccionario que ayuda a usar el español. Si me pongo a pensar qué es mi diccionario, me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo. "
En 1966, la aparición de su diccionario la convirtió de la noche a la mañana en una celebridad dentro de ese pequeño mundo de academias y académicos, estudiosos de la lengua y burócratas del idioma. En 1972, Rafael Lapesa y Laín Entralgo la propusieron como candidata a la Real Academia de la Lengua. Pero no la aceptaron. Aquella fallida candidatura, como la de Rosa Chacel en su día, retrató la miseria intelectual de algunos académicos que no supieron entender lo que María Moliner significaba: una honra para la institución.
Ella comentaría tras la decisión de la Academia: "Después de todo ha sido una experiencia divertida. Bien sabe Dios que yo no había pensado nunca, mientras escribí el Diccionario, en tal honor. Y, ahora, nunca pensé seriamente que la Academia me eligiera a mi. Y como, por otro lado, me daba miedo que lo hicieran, el desenlace ha sido el mejor que la cosa podía tener. Además, de qué puedo hablar yo en un discurso de admisión, si en toda mi vida, no he hecho más que coser calcetines?"
Entonces María volvió a lo de siempre: a su familia y a su obra. Pero por muy poco tiempo. En 1973 comienza a perder sus facultades mentales. En 1974 muere su marido y ella se sume en un silencio prácticamente definitivo. Murió en 1981 cuando ya no era la que fue viva, la que fue mujer, la que fue madre, la que fue esposa, la que fue estudiosa eminente de nuestra lengua, atenta al rumor vivo de las palabras en el cauce sonoro del uso popular.
Su hijo la define así: "María, mi madre, no era presumida. Llevaba el pelo siempre recogido, sin collares ni adornos. Era muy sencilla, aunque se exigía mucho a sí misma y tenía plena conciencia de la importancia de su trabajo. Cómo definir a mi madre en realidad? Como una persona vitalista, con una mirada limpia, abierta a todo, curiosa, vida de conocimiento, chusca a veces, optimista y baturra. Papá se reía mucho porque andaba siempre con la cabeza por delante, como tirando...no era andar, era llegar, y si pon’a la cabeza por delante, llegaba. Mi padre paseaba, mi madre no, se tragaba el camino."